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La familia como célula de la sociedad

La familia es la célula de la sociedad, porque ésta únicamente puede subsistir, crecer y renovarse en el caso de que los matrimonios sean suficientemente numerosos y fecundos. La familia es, por consiguiente, célula de la sociedad en sentido biológico. Apenas ninguna otra realidad hace más claramente visible el que la ley natural moral es una verdadera ley vital de los pueblos, como la dependencia del desarrollo biológico del cumplimiento de las normas que la ley natural prescribe al matrimonio y a la familia.

Familia en sentido moral

Sin embargo, sería totalmente equivocado ver en la familia la célula de la sociedad tan sólo en sentido biológico. La familia es asimismo la célula de la sociedad, por lo menos en el aspecto moral. Se ha mostrado cómo el desarrollo de todas las fuerzas espirituales y morales del hombre es una cuestión de educación familiar. Las dos virtudes sociales más importantes, el amor al prójimo y la justicia, las aprende el hombre principalmente en la familia.

A esto se añaden las dos virtudes sociales que siguen en importancia, la de la justa obediencia y la del justo mando. La justa obediencia presupone el respeto a la autoridad como poder moral dado por Dios; el justo mando presupone la conciencia de que la autoridad se ha dado para bien de aquellos a quienes se manda. En la familia, el hombre aprende que la obediencia no puede consistir para él en una entrega sin voluntad, que su esencia consiste más bien en el sometimiento al orden de su ser social, sin el cual el ser humano aislado permanecería raquítico. El hombre tiene que haber aprendido en la familia ambas cosas, el obedecer y el mandar, para estar en situación de dar a la autoridad dentro de la sociedad la forma compatible con la dignidad y el derecho de la persona humana.

Y pueden hacerlo los que han aprendido en la propia familia que el mandar no puede ser un ansia de dominio, sino un servicio atento a la comunidad y a su bien común como portadores de la autoridad social (cfr. S. Agustín, De civitate Dei, 1.19,14). La familia es, por consiguiente, insustituible bajo el punto de vista de pedagogía social. También todas las demás virtudes sociales, es decir, las que se fundan en el respeto a las demás personas con igual naturaleza humana y con los mismos derechos humanos, como la disposición para la mutua ayuda, la bondad, la sociabilidad, el dominio de sí mismo, la consideración con los demás, la condescendencia, la sinceridad, las aprende el hombre en el seno de la familia Esta es, tanto moral como biológicamente, la célula de la sociedad.

La familia es también la célula de la sociedad en el aspecto cultural. Se puede señalar como una ley sociológica que los pueblos con un índice regresivo de nacimiento, si éste es inferior al índice de matrimonios, tienen una cultura decadente. El fundamento profundo está en que uno de los impulsos más importantes para mantener elevados aquellos valores que determinan la altura de las culturas, es decir, los valores morales y espirituales como fuerzas configuradoras de la vida, desaparece con la decadencia de la familia Los matrimonios que por egoísmo esquivan la responsabilidad de los hijos y para con los hijos, no son nunca partidas positivas en el haber de la evolución cultural de un pueblo. Ciertamente puede un pueblo semejante estar mejor situado económicamente durante cierto tiempo, pero, sin embargo, no podrá disponer de las fuerzas espirituales que son imprescindibles para la elevación de las culturas.

El que la familia sea la célula vital de la sociedad ofrece la explicación sociológica de antigua experiencia de que el estado de una sociedad, sus íntimas fuerzas vitales y de renovación, se pueden leer en el estado de sus fami, lias. El que quiera encontrar el diagnóstico exacto del estado de una sociedad tiene que atender a la familia, como el médico tiene que tomar en primer lugar el pulso del enfermo. Cuando ésta se encuentra desatendida por la sociedad y despreciada por el Estado, cuando su comunidad está relajada y su base económica existencial es insuficiente, cuando su crecimiento no la repara continuamente y las separaciones matrimoniales van en aumento, entonces estamos ante un síntoma inequívoco de que el cuerpo social se encuentra inmerso en una grave crisis.

La historia demuestra suficientemente que la decadencia de la vida familiar es la causa más profunda de la decadencia de los pueblos. La consecuencia de la posición de la familia como célula de la sociedad consiste en que toda verdadera reforma social tiene que radicar en la familia. Toda pretendida reforma social que no atienda a esta ley o que vaya contra ella tiene necesariamente que terminar en un fracaso. El individualismo, el liberalismo, el socialismo marxista y el liberal se orientan todos en la idea de que el centro de gravedad de toda reforma social se ha de buscar, no en la familia y en su función como célula biológica, moral y cultural de la sociedad, sino en otra parte.


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